sábado, 1 de diciembre de 2007

Razones para la humildad ontológica

v Principio de incertidumbre de Heisenberg
v Teorema de incompletitud de Gödel
v Teoría del caos
v Visión epistemológica de Karl Popper

Introducción

Desde que el filósofo racionalista alemán Christian Wolf utilizó por primera vez, en el siglo XVII, el término “ontología”, éste ha presentado ciertas variaciones en su significado. En nuestro caso, le daremos uso en el mismo sentido con el que lo utiliza Egon Guba (1990): el estudio de la naturaleza de la realidad.

Si sobrevolamos en un planeador la historia de la humanidad, tal vez una de las conclusiones más inevitables a la que llegaremos es que los seres humanos no podemos acostarnos cada noche, de manera despreocupada, sin portar bajo la solapa de la conciencia, teorías explicativas acerca de la realidad que nos circunda; vale decir, sin una concepción ontológica. La más popular de todas esas explicaciones ontológicas tiene un nombre bastante corto: Dios.

La hipótesis Dios ha sido manejada durante la historia de la humanidad con tal flexibilidad ad líbitum (a placer), que la dota de una totalizante capacidad explicativa y, por el contrario, de un mínimo contenido empírico: puede explicar desde como apareció el universo hasta el porqué nos salvamos de mojarnos en un aguacero. Sin embargo, paralelo a este tipo de explicaciones (cuya característica principal es que no son falsables dado que ellas se sostienen sobre un acto de fe), hace unos 2600 años nació en Grecia otra manera de intentar explicar la realidad y cuya característica principal es la de mantener una actitud permanentemente crítica ante las hipótesis que arrojamos, como “redes” (Popper dixit), sobre la realidad e, incluso, una actitud crítica ante la manera misma en que se lleva a cabo la construcción de dichas hipótesis.

Es imposible dejar de citar en el nacimiento de dicha “otra” actitud, a un filósofo de los injustamente llamados pre socrático: Tales de Mileto (625-546 a.C.). Este pensador, al que hay que considerar el padre de la filosofía, conminaba a sus seguidores a criticar sus propias hipótesis más que asumir una actitud de defensa a ultranza de las mismas. Esta actitud representó una clara ruptura con la que, hasta aquél momento, era la actitud dominante en la producción y transmisión de conocimiento: el mito. Representó el erguimiento del logos ante el mito. Representó el nacimiento de la filosofía y de la ciencia.

Durante esos 26 siglos, la relación entre tales dos actitudes, la de la fe y la del pensamiento crítico, ha sido entreverada y ha presentado muchas variaciones. Han transcurridos épocas de separación de aguas, como la edad media, el stalinismo en la ex URSS o, incluso, la actual era Bush en los Estados Unidos, en las que la fe se ha hecho del poder político y ha intentado o ha mantenido arrinconado al pensamiento crítico; y otras, como en el siglo de las luces (época acerca de la que el filósofo Immanuel Kant llegó a decir que su lema principal era el de “atreverse a conocer”), en las que el pensamiento crítico ha logrado hacer avanzar una visión secular de la sociedad y ha abierto campo a la libertad en la búsqueda de explicaciones acerca de la realidad que nos rodea.

Como actitud ante el universo, cada una de las dos que hemos citado puede ser caracterizada en cuanto a su nivel de “prepotencia ontológica” (permítasenos la expresión); vale decir, el nivel de considerar que “se las sabe todas” frente a las interrogantes acerca de los orígenes y la naturaleza de la realidad. Obviamente que la actitud del mito y de la fe a ciegas en constructos religiosos o, en sus hermanos, en constructos ideológicos, es poseedora de una mucho mayor “prepotencia ontológica” que la del pensamiento crítico; la actitud de la fe considera que ha tomado por la chiva al universo y que posee todas las explicaciones ontológicas acerca del mismo. Los miembros de una fe no necesitan pensar porque ya ellos están pensados por su propia fe. Los preceptos de su fe piensan por ellos, solo queda repetirlos, ya no queda mas nada que buscar. Por el contrario, para la otra actitud, no hay otro camino que la duda y la búsqueda incesante.

Ahora bien, resulta que de la casa gobernada por la actitud del pensamiento crítico, han surgido unos descubrimientos hechos durante el siglo que acaba de terminar, el siglo XX, que apuntan en dirección de una posición incluso menos prepotente que la de la búsqueda incesante, ya que indican que aun la misma indagación sólo puede producir frutos limitados. Después de esos descubrimientos, realizados particularmente en los campos de la física, la matemática y la epistemología, ya no es posible esperar, como lo supuso Laplace en el siglo XIX, que tendremos algún día un conocimiento pleno y final acerca de la realidad y, por lo tanto, una plena capacidad predictiva acerca del universo. Esos descubrimientos son: el principio de incertidumbre de Heisenberg, el teorema de incompletitud de Gödel, la teoría del caos y la visión epistemológica de Karl Popper.

Principio de incertidumbre de Heisenberg

La primera revolución, a la que haremos referencia, le puso límites al conocimiento que los homo sapiens podemos alcanzar acerca de la realidad: el universo es cognoscible, pero hasta los límites establecidos por el principio de incertidumbre de Heisenberg:

“El principio de incertidumbre tiene profundas implicaciones sobre el modo que tenemos de ver el mundo. Incluso más de cincuenta años después, éstas no han sido totalmente apreciadas por muchos filósofos, y aun son objeto de mucha controversia. El principio de incertidumbre marcó el final del sueño de Laplace de una teoría de la ciencia, un modelo del universo que sería totalmente determinista: ciertamente, ¡no se pueden predecir los acontecimientos futuros con exactitud si ni siquiera se puede medir el estado presente del universo en forma precisa!”. (Hawking, 1988, p. 83, 84).

Este principio indica que para poder conocer la posición y la velocidad futura de una partícula, debemos conocer su posición y velocidad actuales; pero al medir ambas variables, la incertidumbre de la primera medida multiplicada por la incertidumbre de la segunda siempre dará un resultado que no puede ser menor a una cantidad conocida como la constante de Planck:

ΔP. ΔV ≥ constante de Planck

Es decir, que la incertidumbre en el conocimiento de ambas condiciones de la partícula nunca puede ser reducida a cero. Aparte de que si se aumenta la precisión en la medida de una de las dos variables aumenta la incertidumbre en la medida de la otra. Albert Einstein no pudo creer que el universo contuviese tal nivel de incertidumbre, se jaló de los pelos y soltó aquello de que “Dios no juega a los dados”. En el marco de su polémica con Bohr y otros padres de la física cuántica, los experimentos teóricos propuestos por Einstein con el fin de borrar toda incertidumbre en la medición simultánea de la posición y velocidad de las partículas atómicas, han sido posteriormente refutados, con lo que, según parece, Dios si juega a los dados aunque, según se desprende del mundo lleno de propensiones de Karl Popper (1996), estos estén cargados. Los límites impuestos por el principio de incertidumbre nos hablan del descubrimiento de una condición intrínseca de la naturaleza y no de limitaciones en nuestras posibilidades perceptivas o en nuestras posibilidades técnicas (Hawking, 1988, p. 83); vale decir, el principio establece un límite al conocimiento de la realidad.

A partir del principio de incertidumbre, la ciencia tiene conciencia (a diferencia de por ejemplo las religiones, las ideologías y, seguramente, muchos investigadores desactualizados) que no puede hablar del universo con la arrogancia de quien piensa que lo sabe todo. Hoy por hoy, la ciencia sabe que no lo sabe todo, pero sobre todo sabe que nunca podrá saberlo todo.

Teorema de incompletitud de Gödel

La otra gran revolución científica a la que queremos hacer referencia, y de la que seguramente se tiene menos conciencia, es aquella provocada por Kurt Gödel (1906-1978). Este matemático y lógico nacido en Brünn, ciudad cercana a Viena (en la actual República Checa), demostró en 1931 y sin hacer referencia a experimento empírico alguno (lo que reforzaría la opinión de quienes piensan que el universo está escrito en lenguaje matemático), que ningún sistema de proposiciones puede contener la demostración de su propia coherencia; esto sólo puede hacerse mediante referencia a un sistema de proposiciones mayor, el cual a su vez no puede justificar su propia coherencia sino mediante referencia a otro sistema mayor. Esto nos conduce a una secuencia infinita de sistemas.

Las teoría matemáticas se construyen sobre la base de dos elementos fundamentales: axiomas (premisa o principio básico que es asumido como verdadero sin recurrir a demostración alguna) y reglas para llevar a cabo inferencias con dichos axiomas. Por otra parte, el sueño de todo matemático es demostrar que su ciencia posee dos grandes cualidades: que es consistente y que es completa. Por consistente se quiere decir que la matemática está libre de contradicciones en sus razonamientos, vale decir, que está inmunizada a cualquier tipo de asalto; y por completa, que toda proposición que haya sido pensada o pueda ser pensada, puede ser probada o refutada dentro del sistema axiomático. Kurt Gödel demostró que es imposible cumplir ese sueño: no es posible concebir un conjunto de axiomas y un juego de reglas de transformación que suministren todas las verdades formales; siempre será posible pensar verdades indemostrables.

En otras palabras, Gödel probó que si tomamos un conjunto de axiomas suficientemente amplio (que cuanto menos contenga los axiomas de la aritmética), no es posible demostrar, con las reglas de deducción del sistema, que ese conjunto de axiomas es simultáneamente consistente y completo. Si es consistente siempre existirán teoremas verdaderos que nunca se podrán demostrar con el sistema y, por lo tanto, no será completo; y si es completo necesariamente contendrá contradicciones, es decir que no será consistente. En este sentido el teorema de Gödel tiene cierta analogía con el principio de incertidumbre de Heisenberg, el cual establece que si intentamos precisar la posición de una partícula obtendremos una mayor incertidumbre en su velocidad y si intentamos precisar su velocidad obtendremos una mayor incertidumbre en su posición.

Es justificado considerar, como lo consideran muchos pensadores, que el Teorema de Incompletitud de Gödel es una de las más grandes producciones de la mente humana, ya que lo que se encuentra detrás de él, es el establecimiento de un límite a la razón. Hoy la razón sabe que no puede demostrarlo todo y, sobretodo, sabe que no puede demostrar la consistencia de sus sistemas axiomáticos.

Teoría del caos

De la casa de la física también ha salido otra constatación que le pone límites a nuestras posibilidades de hablar ante otros o de poner ante la cara de otros, certezas acerca de cómo son las cosas. Este otra limitación viene de la mano de la teoría del caos.

En el marco del paradigma newtoniano, una diferencia fundamental entre las ciencias naturales y las ciencias sociales es que estás, a diferencia de las primeras, consideran la variable “tiempo”. Sus objetos de estudio son sucesos, los mismos poseen historia, cuentan con un pasado que da razón de ellos y con un futuro no fácilmente determinable. Por el contrario, para las ciencias naturales newtonianas, particularmente para la física clásica, la flecha del tiempo no existe, el comportamiento de las leyes físicas no contempla ningún tipo de asimetría temporal, es lo mismo decir pasado que presente o futuro. Las leyes que gobiernan la naturaleza no cambian con el paso del tiempo. Según Ilya Prigogine (Químico y físico nacido en Moscú en 1917, premio Nóbel de química 1977), la excomulgación del tiempo por parte de la ciencia clásica está relacionada con el control que la visión religiosa ha ejercido sobre las sociedades durante mucho tiempo; a los ojos de Dios todo está dado, no existen diferencias entre pasado presente y futuro.

Sin embargo, se ha presentado una ruptura paradigmática a raíz de que un grupo de científicos y pensadores, a la cabeza de los cuales se encuentra Prigogine, han prestado cada vez más atención a las llamadas “estructuras de no equilibrio”, aquellas en las que la flecha del tiempo y los fenómenos irreversibles juegan un papel fundamental. La diversidad de estructuras de no equilibrio (entre ellas la vida, el clima, una columna de humo, las sociedades humanas y la bolsa de valores) que van descubriendo los investigadores es asombrosa y se ha tomado conciencia que ellas forman la mayor parte de los sistemas existentes en el universo, mientras que los llamados “sistemas dinámicos estables” (a los que básicamente se dedicaba la física clásica), son mas bien excepcionales. En el devenir de las estructuras de no equilibrio, ocurren momentos de bifurcación en los que el sistema tiene ante si varios posibles caminos. Veamos que nos dice al respecto Grégoire Nicoli:

“Desde el punto de vista físico la situación es todavía mas sorprendente. En efecto, la bifurcación es en realidad un momento de toma de decisión, ya que más allá de λ el sistema se ve confrontado con múltiples elecciones. Se torna entonces muy sensible a los efectos aleatorios que, debido al sesgo de las fluctuaciones estadísticas, terminarán por privilegiar uno de los estados accesibles. Una vez canalizado sobre una rama particular de estados, el sistema seguirá un curso que estará determinado fundamentalmente por esta elección crítica. Se torna así en un objeto histórico, que conservará para siempre, en su seno y en su orden cronológico, el recuerdo de los hechos pasados encontrados sucesivamente que han prevalecido en los umbrales de bifurcación” (el subrayado es nuestro) (en Brans, Stengers y Vincke, 2000, p. 79)

En estos puntos de bifurcación, las condiciones iniciales son vitales para el desenvolvimiento futuro del sistema, dado que cualquier minúscula variación en ellas lleva a una ampliación exponencial que introduce una gran impredicibilidad en el devenir de los mismos. De aquí es de donde se ha hecho famoso el denominado “efecto mariposa”, según el cual el revolotear de una mariposa en un bosque de Japón puede terminar provocando una gran tormenta sobre Nueva York.

Son tales las consecuencias que el estudio de las estructuras de no equilibrio ha traído tanto para la visión ontológica como epistemológica de quienes se han percatado de sus implicaciones, que se ha llegado a pedir disculpas por lo que, ahora, se considera fue una posición científica errada:

“Llegados a este punto debo hacer un alto y hablar en nombre de la gran hermandad de los expertos de la mecánica. Hoy somos conscientes de que el entusiasmo que sentían nuestros predecesores por el éxito maravilloso de la mecánica newtoniana les llevó a hacer generalizaciones, en el campo de la predicción…, que hoy han resultado ser falsas. Queremos pedir disculpas colectivamente por haber inducido a error al público culto al propagar, a propósito del determinismo de los sistemas que cumplen las leyes newtonianas del movimiento, unas ideas que después de 1960 ya no se pueden sostener” (Sir James Lighthill en Prigogine, 1999, p. 43 y 44)

Esas consecuencias han llegado a alterar, incluso, la concepción clásica que se tenía acerca de las leyes de la naturaleza:

“Tradicionalmente estas leyes estaban asociadas al determinismo y a la reversibilidad del tiempo. En los sistemas inestables las leyes de la naturaleza se tornan fundamentalmente probabilísticas. Expresan lo que es posible, y no lo que es cierto”
(el subrayado es nuestro) (Prigogine, 1999, p. 108, 109)

Creemos que en esas palabras de Ilya Prigogine, se encuentra encerrada una nueva confirmación de nuestra limitada capacidad de conocimiento acerca de la realidad que nos rodea: los sistemas de no equilibrio, que conforman la mayor parte de la realidad conocida, son altamente impredecibles. No es posible hablar de ellos desde la certeza sino desde las posibilidades.

Visión epistemológica de Karl Popper

Por último nos referiremos a la que nos parece la más importante propuesta epistemológica del siglo XX, la propuesta de Karl Popper. Para Popper, la inducción no sirve para sustentar el conocimiento científico: conseguir cisnes blancos no sustenta de manera lógica la conclusión de que todos lo sean. Sin embargo, una sola prueba en contrario (un solo cisne negro), es decir una sola falsación, es suficiente para derrumbar la propuesta teórica de que todos los cisnes son blancos. Vale decir, de enunciados particulares no se pueden derivar enunciados universales, pero una sola falsación puede derribar un enunciado universal. Esto implica que entre la verificación y la falsación hay una relación asimétrica según la cual la falsación es mucho más poderosa que la verificación. Producto de todo esto, la conclusión popperiana es que las especulaciones teóricas no pueden verificarse definitivamente, pero si falsarse (Popper, 1998). Oigamos directamente a Popper:

“.... tomemos un caso trivial en que la gente hable de inducción; por ejemplo, el caso de los muchos cisnes blancos que conducen a la proposición ‘todos los cisnes son blancos’. ¿Qué es lo que sucede realmente? Lo que sucede realmente es que ante un cisne blanco reaccionamos con la hipótesis – una hipótesis creadora- de que todos los cisnes son blancos. ¿Por qué es una hipótesis creadora? Porque va más allá de todo aquello que hemos visto. Y entonces se retiene esta hipótesis creadora. Intentamos estamparla en el mundo hasta que ya no funciona. Esto es así en todas las aparentes, o así llamadas, inducciones. Reaccionamos creativamente ante cualquier cosa en el mundo, se somete a prueba esta reacción creadora y, si hubiera lugar a ello, el mismo mundo la destruye”. (Los subrayados son nuestros) (1997, p. 82)

Por esto para Popper, es científico lo que es falsable, y la principal herramienta de todo investigador debe ser la crítica más que la defensa, incluso, de sus propias proposiciones. Seguramente, y en concordancia con todo lo anterior, es por lo que Prigogine ha dicho que "la ciencia es siempre un encadenamiento de proposiciones refutables" (en Sorman, 1989, p. 41)

Conclusiones

1. El universo no puede ser totalmente cognoscible.
2. Todo conjunto de axiomas que propongamos nunca podrá ser totalmente completo y/o coherente.
3. La mayoría y los más interesantes sistemas que conforman la realidad son sistemas de no equilibrio, caóticos e impredecibles en si mismo.
4. Toda propuesta explicativa o teórica que arrojemos sobre el universo o sobre parte de él para intentar comprenderlo, nunca podrá ser verificada de manera definitiva.

Puestos sobre la mesa los argumentos anteriores, tenemos que concluir que la ciencia, siendo algo recién inventado al igual que su propia filosofía, la epistemología (recordemos que Descartes murió hace tan solo 350 años), pronto ha hecho descubrimientos que hacen necesario que el hombre acepte sus limitaciones y se asuma en el marco de una búsqueda de posibilidades limitadas: Es por lo tanto necesaria la humildad a la hora de acercarnos con nuestro estetoscopio a oír el corazón del universo que nos rodea. Ante él, la más realista de las respuestas es “NO SE”. No sabemos, en realidad, cuales son las respuestas a las preguntas fundamentales que nos hacemos.

Sin embargo, a partir de aquí, puede embargarnos el pesimismo y la soledad. El peso absoluto de sentirnos solos ante un universo que se niega a responder las preguntas existenciales más fundamentales. A partir de aquí es tentador dejarse deslizar hacia visiones como la contenida en un texto publicado por la UNESCO con motivo del coloquio “La ciencia y la diversidad de las culturas”:

"El desarrollo científico desemboca en una verdadera elección metafísica, trágica y abstracta: el hombre tiene que elegir entre la tentación tranquilizadora pero irracional, de buscar en la naturaleza la garantía de los valores humanos, la manifestación de una pertenencia esencial, ……. y la fidelidad a una racionalidad que le deja sólo ante un mundo mudo y estúpido” (el subrayado es nuestro) (en Prigogine, 1999, p. 112).

Pero por otra parte, se puede asumir una postura que, aunque aceptando que no tenemos muletas ni analgésicos que nos tranquilicen ante el miedo que provoca en nuestra alma el hecho de asumirnos solos ante el universo, asume también la responsabilidad de elegir y labrar nuestro propio destino. Como diría Jacques Monod, Premio Nóbel de Fisiología y Medicina 1965:

“La antigua alianza está ya rota; el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del universo de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. Puede escoger entre el reino y las tinieblas” (el subrayado es nuestro) (1971, p. 193)

Planteamos la posibilidad de establecer una alianza entre este universo (que aunque bastante mudo, se nos presta, se nos facilita) y nuestra capacidad de hacer una reverencia interior, personal, intima, que sin embargo se puede hacer acompañar por otras conciencias parecidas, para apostar a favor del bien. Esa otra posición es la de “aprovecharnos”, es la de “sacarle provecho” a la posibilidad, entonces, de ser nosotros mismos humildes creadores de mundos. Mundos que, por pequeños que sean, pueden llegar a emitir el destello propio de la serena bonitura que acompaña a la bondad.

Ramón Francisco Reyes Echegaray
Ex Maestro rural. Escuela Rural La Galera. Los Teques. Edo. Miranda
Magíster en Desarrollo y Ambiente. Univ. Simón Bolívar
e-mail: ramonfrancisco1@gmail.com
Cel. 0414 – 030.77.49


Referencias

Brans, Jean-Pierre; Stengers, Isabelle; Vincke, Philippe (Compiladores) (2000). Ilya Prigogine: El tiempo y el devenir. Barcelona (España): Editorial Gedisa S.A.

Guba, Egon (1990). The paradigm dialog. New York: Sage

Hawking, Stephen (1988). Historia del tiempo. Barcelona (España): Editorial Crítica.

Monod, Jacques (1971). El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna. Barcelona (Caracas): Barral Editores, S.A.

Prigogine, Ilya (1999). Las leyes del caos. Barcelona (España): Editorial Crítica

Popper, Karl (1996). Un mundo de propensiones. Madrid: Editorial Tecnos. S.A.

Popper, Karl (1997). Sociedad abierta, universo abierto. Conversación con Franz Kreuzer. Madrid: Editorial Tecnos

Popper, Karl (1999). La lógica de la investigación científica. Madrid: Editorial Tecnos

Sorman, Guy (1989) Los verdaderos pensadores del siglo XX. Buenos Aires: Editorial Atlántida

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